1 de septiembre de 2011

El dolor II

Je parlerai du revenant, de la flamme et des cendres.
Jacques Derrida
Georges de La Tour, La Madeleine à la flamme filante, detalle, c. 1638-40.
¿Cómo es saber —me dijeron— que de alguien ya sólo te van a quedar recuerdos, hacerte a la idea de que no vas a volver a verlo? Quien me hablaba se dolía de la muerte de un amigo. Todavía perplejo, no podía concebir que perdieran el sentido las frases que empezaron: «Mañana hablamos» o «recuerda que pasado hemos quedado» eran ya sólo ecos de deseos sin objeto. Nada iban a hacer de todo eso, aunque no sea el hacer lo que más se eche de menos sino la presencia y los gestos, las palabras compañeras y el oído atento a las nuestras. Pero lo peor no es que el pasado tuviera ahora algo de incomprensible, como los ademanes a medio hacer sorprendidos en las fotografías, sino que quedaba cancelado el recuerdo del futuro y las vidas posibles que albergaba: «…y a veces tengo miedo de alcanzar a tocar el mundo sin tu mirada». 

22 de febrero de 2009

El dolor I

Had we but world enough, and time.
Andrew Marvell
Georges de La Tour, Le Nouveau-né, detalle, c. 1648.
Hace ya tiempo que me debo decir algo sobre esto, aunque no me guste o no sea el recreo lo que me impulse a hacerlo y haya demorado hasta ahora el momento de pararme a pensar y sentarme a escribir. He ahí una razón de peso para recuperar este espacio y reanudar estos textos precisamente con éste, que ha de enlazarlos y sellar la brecha que la dilación ha abierto explicando que en el entretanto ha habido una cohabitación con los espectros del duelo y de la deuda y su exigencia. He aprendido que no hay que dar demasiadas cosas por descontadas y que más bien hay que contarlas para elaborar el duelo, saldar la deuda y responder de corazón al deber de la memoria. Y todo porque también soy consciente de la contingencia del espacio y el tiempo que ocupamos, que hace de todo sitio que llamamos nuestro un lugar y a la vez un asedio.

3 de mayo de 2008

Carta a D.

André Gorz conoció a Dorine en 1947. Ahora se publica la larga carta que él le escribió hace dos años, en la que el filósofo trata de dar respuesta a una pregunta, por qué su mujer ha estado tan poco presente en su obra si ella ha sido lo más importante de su vida, y se propone reconstruir la historia de su amor para captar su sentido. Empieza: «Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco quilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca».

13 de octubre de 2007

Tu rostro mañana



He tardado cinco años en terminar de leer la novela. Empecé: ‘No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra ni cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido’. Continué dos años después, y también ella: ‘Ojalá nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera, ojalá no nos pidieran los otros que los escucháramos, sus problemas míseros y sus penosos conflictos tan idénticos a los nuestros’. Y hace dos semanas leí el último tercio: ‘Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado, en una misión o en una batalla, en una escuadrilla aérea o bajo un bombardeo o en la trinchera cuando las había, en un asalto callejero o en el atraco a una tienda o en un secuestro de turistas, en un terremoto, una explosión, un atentado, un incendio, da lo mismo: el compañero, el hermano, el padre o incluso el hijo, aunque sea niño. Y también la amada, también la amada, antes que uno mismo’.

23 de junio de 2007

Noche de San Juan

Hace tiempo, no sé cuánto, la de San Juan era para mí la mejor noche del año. Me iba a dormir más tarde que de costumbre cuando arrancarle segundos a las sábanas era motivo de tierno orgullo. Pasaba el rato viendo fuegos artificiales y tirando petardos y cohetes cuando eso me seducía con antelación. Una semana antes escribía la lista —truenos, piulas, carpinteros, chinos, gusanos, silbadores…— y, a los pocos días, iba a por ellos, buscando cada año alguno nuevo, alguno más.

5 de junio de 2007

Geografías



Podemos ver el mundo observando a nuestro paso los surcos abiertos en la tierra baldía o transitando laderas pedregosas. También podemos verlo a vista de pájaro, bajo la lluvia de los tristes trópicos o a ras del suelo pantanoso de la tundra. Más arriba aún distinguiremos el contorno anguloso de las islas del archipiélago o la forma de los arrozales junto al delta del río. Pero sólo desde el espacio podremos ver todo el planeta, con su color aguamarina y su combinación de verdes agrestes y ocres polvorientos, entre las nubes.

14 de febrero de 2007

La palabra poética

En éste el día de los amores inconfesos y los grandes almacenes, he recordado una conferencia de Antonio Alvar a la que asistí hace algún tiempo y que llevaba por título «Virgilio y la palabra poética». Alvar contó con vigor cómo, de las Bucólicas a la Eneida, Virgilio amplia la variedad de sus fuentes y camina hacia la sabiduría total. Dejó lo mejor para el final de la charla.

4 de febrero de 2007

París II: viaje y hogar

Yanidel, Under the roofs of Paris, © 2010.
Cuenta un geógrafo que la trayectoria vital del ser humano comienza en casa para después salir al mundo y al fin volver a casa. Por eso el sueño de la cultura es lograr que nadie sienta que los límites de su casa son también los de su mundo sino, más bien, que el mundo sea su casa. Yo he tenido siempre en cuenta en mis salidas que hay que apartar los ojos de la cámara para encuadrar el resumen del viaje en la mirada. Y para mí París ha sido, desde hace años, una atalaya privilegiada para observar y enriquecerme con esos otros mundos que habitan éste. Pero siempre, hasta ahora, viajaba acompañado, sin saber que la belleza de la ciudad se hace áspera en la garganta si no hay nadie a quien contársela.

14 de enero de 2007

París I: tiempo y contraste

Yanidel, Bir Hakeim Bridge, © 2009.



Decir París es saber que casi todo se ha dicho. Y sin embargo, tras dos meses allí, algo tengo que decir, por insignificante que sea, sobre mi experiencia. Quizás valga esta consideración histórica para empezar: París representó en el siglo XIX, a través de los votos y las barricadas, el espíritu de la época: la emancipación. En París se reconoce hoy, a través de sus bulevares y sus arrabales, lo propio de nuestro tiempo: el contraste.

27 de octubre de 2006

Vaho y niebla (o la nueva nostalgia)


El arquetipo del nostálgico es aquel que siente una desazón vaga y sosegada pero profunda y permanente. Al hacer memoria, recuerda y retiene algo pasado y perdido pero dichoso; y se entristece. Lo que ayer fue ardor, donaire y regocijo hoy es tibieza, disgusto y congoja; lo que ayer fue un rostro o una sonrisa, o una palabra, hoy es un espectro o una sombra, o un susurro. El nostálgico asienta su pesar sobre una ausencia y recuerda todos y cada uno de los detalles del cuerpo que lo abandonó; o siembra su tristeza sobre un momento agostado y aún ve con los ojos de la memoria todos y cada uno de los rincones de su casa el día que partió. Cree que se dejó algo en la casa derribada o el amor marchito o la batalla perdida, en el caso omiso o el papel ajado o el cuerpo querido; se dejó una parte de sí que lo lastra y conmueve, lo agita y paraliza.