10 de enero de 2021

Guastavino y Guastavino

De la ilustración: © Carmen M. Cáceres, Vida de Guastavino y Guastavino, collage digital.
¿Es toda biografía inevitablemente una ficción? Quizá sí, siempre que no confundamos la historia con la ciencia y la ficción con la fantasía. La biografía nos proporciona un espejo, quizá una ventana, para confrontar nuestra identidad y nuestra finitud; la ficción nos transmite verdades esenciales, aunque no estrictamente factuales; y ambas poseen la capacidad de sorprendernos, de “contar como si fuera la primera vez algo que parecía que ya había agotado su capacidad para ser dicho”, como escribió Rafael Chirbes. Cuando son artes de la memoria, la biografía y la ficción comparten además el mismo objetivo: presentar una realidad ausente, ya sea imaginada o desaparecida, y actuar de mensajeras entre el recuerdo y el deseo.

Este es solo uno de los hilos de los que invita a tirar el último libro de Andrés Barba, Vida de Guastavino y Guastavino, que a su vez hace del miedo el hilo dorado para recuperar “las realidades perdidas” y el mundo de la vida de dos personajes, padre e hijo, unidos por el mismo nombre y apellido y su identidad confundida.

¿Quién es Rafael Guastavino? ¿Un hombre “convincente, seductor, rápido, expansivo, audaz, apasionado, hasta gracioso”? En todo caso, alguien que, “dispuesto a demostrar a todo el mundo que sus construcciones son realmente ignífugas, construye una bóveda en la calle 68, avisa a la prensa y a los agentes de seguridad de la municipalidad y el 2 de abril de 1897 hace la mayor valencianada de la que se tiene constancia en las calles de Manhattan: le prende fuego y la hace arder durante cinco horas. Por si no había quedado claro, cuando se apaga, pone encima cincuenta toneladas para probar su resistencia”.

¿Y Rafael Guastavino? ¿Un niño que, a los nueve años, cruza el Atlántico con su padre rumbo a Nueva York, para aprender a su vera? En todo caso, alguien que, tras una llamada telefónica, una llamada que condensa todo lo que padre e hijo “se quisieron o dejaron de querer, todo lo que se comprendieron, todo lo que se necesitaron”, decide ser Guastavino y “hacer todo lo que Guastavino no ha sabido o no ha podido hacer”. Y lo consigue, aunque él no pueda olvidar nunca el dolor de esa llamada y nosotros sigamos atribuyendo sus logros al padre.

Dos hombres, en fin, que introdujeron y desarrollaron la volta catalana en Estados Unidos y contribuyeron a dotar a Nueva York de una identidad arquitectónica cuando aún no la tenía, al precio de superponer las suyas; y que fueron en su tiempo ensalzados, luego olvidados, y hoy por fin son recobrados.

Pero Andrés Barba no se queda en sus vidas. Con una frase repetida, “para qué vamos a tomarnos la molestia de reescribir una frase si ni siquiera la Historia se toma la molestia de variar”, nos recuerda que ha habido muchísima gente cuya historia ha permanecido en silencio —masas anónimas, migrantes, clases subalternas— porque, hasta hace poco, solo se registraba su número. Con otra, “no sabemos nada y la historia es mentira y el amor no existe”, nos aproxima al misterio del vínculo entre dos personas que no son la misma, y a la imposibilidad última de desvelarlo. Y, con una más, nos dice que aun así hay historias que merecen ser contadas y leídas, y sobre todo creídas, aunque para ello el lector tenga que abandonar el escepticismo y el narrador el despecho.


Andrés Barba: Vida de Guastavino y Guastavino, Barcelona, Anagrama, 2020.