17 de enero de 2021

Última noche (Recuerdos del mundo de ayer, 1)

De la fotografía: © Franck Bohbot.
Un día de finales de junio di con una lista inacabada de restaurantes neoyorquinos que habían cerrado a causa de la pandemia. Empecé a ojearla y no tardé en detectar dos nombres que me resultaban familiares: eran los de los locales donde pasamos nuestra última noche allí, hace tres años.

Desde marzo el tiempo se ha espesado, pero eso no se ha traducido en una mayor densidad de las experiencias y esperanzas porque la temporalidad ha perdido su forma; encerrados en casa, regresan las imágenes de viajes anteriores y adquieren ahora una tonalidad distinta, incluso aurática, y Nueva York es una ciudad que a menudo echo de menos: tres cosas que, sumadas, empiezan a explicar por qué me importó la desaparición de esos espacios y, por un momento, me pareció que volvía más remoto el recuerdo del tiempo que pasamos en ellos.

Es un gesto propiamente histórico, a juicio de Frank Ankersmit, reaccionar a los grandes cambios desviando el deseo imposible de seguir siendo como se era hacia el deseo alcanzable de conocer cómo se ha sido: un pasado irrecuperable para la vida retorna así por obra de la historia. En este pequeño caso, la imposibilidad de seguir volviendo a aquellos sitios me llevó a indagar un poco más qué fue de ellos.

Takashi. Fuente: Takashi Official.
Takashi Inoue nació en Osaka, donde su abuela coreana regentaba un restaurante yakiniku (cuyo nombre se debe a las parrillas en las que se cocina la carne, que en la fotografía ocupan el centro de cada mesa, al parecer inventadas en Japón por gentes oriundas de Corea tras la Segunda Guerra Mundial). De joven trabajó en Kioto y Tokio y, en 2007, se mudó a Nueva York. Ahí conoció a Saheem Ali, entonces un estudiante de teatro procedente de Nairobi y hoy director teatral. En 2010, abrieron juntos Takashi inspirándose en el local de la abuela, y pronto llegó el éxito. Se convirtió en uno de los restaurantes favoritos del añorado Anthony Bourdain, cuyo consejo nos llevó allí, y de otros chefs de la ciudad que se dejaron seducir por el tratamiento de la carne de buey y lo que en japonés se llama horumon (casquería). Lo que no sabía es que el 11 de octubre de 2017, apenas quince días después de que visitáramos el lugar, Takashi murió de una enfermedad respiratoria a los cuarenta años. Entonces Saheem decidió mantener el local abierto para que no se perdiera su obra, pero ahora sabe que ya no reabrirá, tampoco en otra parte, porque falta la razón de su nombre.

Pegu Club. Fuente: Goodlifereport.com.
Después de formarse con Dale DeGroff, una leyenda en el sector, Audrey Saunders abrió Pegu Club en la fronteriza calle Houston, entre Wooster y West Broadway. Era el año 2005. El local cambió el paisaje del barrio y contribuyó al renacimiento del cóctel artesano, preparado con buenos licores, zumos recién exprimidos y siropes caseros, y ella se convirtió en la bartender más conocida de la ciudad y en maestra de la generación que ha revitalizado el oficio (Jim Meehan, de Please Don’t Tell, es uno de sus discípulos). Nosotros llegamos a pie desde el West Village y a punto estuvimos de dar media vuelta, pues el portal era inaparente. Pero, después de franquearlo, unas escaleras nos condujeron a la primera planta, casi otro mundo, tenuemente iluminada, donde un largo pasillo con el suelo de bambú albergaba una barra interminable detrás de la cual oficiaban profesionales vestidos con chaleco negro y camisa blanca arremangada, con una coctelera en cada mano.

Todavía recuerdo bien aquella última noche. No ha pasado tanto tiempo, me dejó huella y, para fijarla, escribí sobre ella a la vuelta. Pero la pérdida de esos lugares que fueron mi gozo, a los que sin duda habría querido volver y cuyo recuerdo ya no puede alimentar ese deseo, simboliza para mí el extrañamiento del que hasta hace poco era nuestro mundo de la vida y ahora empieza a tener los rasgos de un mundo de ayer: un país extranjero donde las cosas se hacen de otra manera, como dijera L. P. Hartley, un pasado disociado, fuente de imágenes cautivadoras y recuerdos imprecisos, desvanecido como las viejas fotografías, expresión de una lejanía, acechado por la nostalgia, preparado para convertirse en mito.