2 de abril de 2018

Los múltiples tiempos de una lectura

La profundidad hay que esconderla. ¿Dónde? En la superficie.
Hugo von Hofmannsthal
Fue en diciembre del año pasado cuando por fin lo leí. Mientras tomaba notas de algunas lecturas para pensar la próxima década, recordé que el libro estaba en mis estanterías desde al menos el invierno de 2000. Aunque se publicó por primera vez en 1988, no oí hablar de él hasta mucho más tarde, cuando, al aproximarse el cambio de siglo, mi profesor José Enrique Ruiz-Domènec lo mencionó en su inolvidable curso de historia medieval. Yo acababa de entrar en la universidad pocos meses antes y de adquirir una pasión libresca que todavía no me ha abandonado. Pero el impulso bibliófilo excedía mi capacidad lectora y esa fue, al cabo, una de tantas obras que dejé a medias, si en realidad llegué a empezarla, distraído por la siguiente novedad. Tanto es así que, pasado todo este tiempo, solo recordaba el título y la merecida fama del autor. Se trata, lo digo ya, de Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino.

Al abrir sus páginas, descubrí con agrado, incluso entusiasmo, un texto absorbente y sutil que me recordó las Presencias reales de George Steiner y, como ellas, ha pasado a formar parte de mi pequeño panteón portátil. Pero, además, esas líneas me embarcaron en un viaje en el tiempo. Sin quererlo, comencé a imaginar cómo sería la universidad americana de los años ochenta, para la que se escribieron las propuestas, rememorando el irónico retrato que hace de ella Jeffrey Eugenides en La trama nupcial. Me desplacé también hacia mi vida entonces, durante mi primera década, de la que solo se desprenden ya imágenes fragmentarias, teñidas —y deformadas— por la atmósfera del cine coetáneo que ahora admiro, como si la película Kodachrome se hubiera convertido en la textura exacta del recuerdo. Y, sobre todo, me encontré tratando de reconstruir la persona que era cuando entré en la librería para comprar el libro, en aquel excitante curso, y preguntándome qué habría pensado de haberlo leído en ese mismo momento, en el que según creo estaba devorando la obra de Milan Kundera.
Seguro que habría llamado mi atención la coincidencia entre el título señero del escritor checo y la primera de las propuestas del italiano, que no es otra que la ‘levedad’. “Estaba descubriendo —cuenta Calvino— la pesadez, la inercia, la opacidad del mundo”, y una lenta petrificación, “como si nadie pudiera esquivar la mirada inexorable de la Medusa”. Precisamente la novela de Kundera nos muestra cómo en la vida “todo lo que elegimos y apreciamos por su levedad no tarda en revelar su propio peso insostenible”. Y no sabemos si soltar lastre o amarras. “Quizá solo la vivacidad y la movilidad de la inteligencia escapan a esta condena”. Por eso es justo en los periodos en los que el reino de lo humano parece anquilosado cuando debemos aprender a mirar alrededor con otros ojos, otras lógicas, otros métodos. Conocer es entonces disolver la compacidad del mundo, gracias a un pensamiento que se alza sobre la pesadez de ese mundo y nos descubre una “gravedad sin peso”, que alberga “el secreto de la levedad”.

Ahora que “la rapidez con que se suceden los hechos crea la sensación de lo ineluctable” y, a la vez, de una temporalidad disgregada, es preciso cultivar la rapidez de estilo y pensamiento, valorar “la riqueza de las formas breves”, que consagró Borges. La escritura de nuestro tiempo tiene que estar dispuesta, en la estela de Sterne, a la digresión, “a saltar de un argumento a otro, a perder el hilo cien veces y a encontrarlo al cabo de cien vericuetos”. Eso sí, sin olvidar el trabajo preliminar, la búsqueda paciente de la expresión “necesaria, única, densa, concisa, memorable”. Pues, junto la rapidez, el autor de Las ciudades invisibles propone la exactitud para contrarrestar la pérdida de forma que constata en las historias y en la vida. Cuando estas se vuelven “informes, casuales, confusas, sin principio ni fin”, es más necesario que nunca el esfuerzo “por expresar con la mayor precisión posible el aspecto sensible de las cosas”: “la poética de la exactitud”.
Y si las palabras se desvanecen en el imperio de la imagen, ¿cuál será el futuro de la imaginación? La propuesta de Calvino es una pedagogía de la visibilidad y la imaginación que nos permita “controlar la visión interior sin sofocarla” ni dejarla caer “en un confuso, lábil fantaseo”, para que “las imágenes cristalicen en una forma bien definida, memorable”. Al fin y al cabo, no podemos olvidar que la imaginación —esa palabra de resonancias existencialistas, sartreanas— es el dominio de lo potencial, y como tal nos es imprescindible. “Para cualquier forma de conocimiento es indispensable alcanzar ese golfo de la multiplicidad potencial”. De ahí que la quinta propuesta sea, justamente, la multiplicidad. Los retos a los que se enfrentaba la literatura al asomarse al milenio —a los que todavía debe hacer frente— tienen que ver con ella. Primero, “entretejer los diversos saberes y los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo”. Segundo, “establecer una comunicación entre lo que es diferente en cuanto es diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola”.

Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad… y consistencia, la propuesta que Calvino no llegó a escribir porque le sorprendió la muerte, una semana antes de emprender el viaje a Massachusetts para ocupar una cátedra en Harvard, el 19 de septiembre de 1985. Son todos valores literarios, pero no solo. La poesía no es otra cosa que la creación y aún hay algo en lo que decimos. Hoy mucho más que entonces, “se nos ofrece la posibilidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial”. Es en ese instante cuando más nos acecha la maldición de lo absoluto, la tentación de “no admitir ni las contradicciones ni la duda”. Quizá la consistencia tenga que ver pues con perseverar, con la infinita curiosidad por el saber entreverada de escepticismo. Porque ese mismo instante, en el que nos distanciamos de la multiplicidad de los posibles para decir algo, o para hacerlo, es el principio. Y el principio es también la puerta de un mundo nuevo que tendremos que cuidar.

Las imágenes en color pertenecen al proyecto colectivo Gnommero: Lightness, Quickness, Exactitude, Visibility, Multiplicity, © 2008–2015.

La imagen en blanco y negro corresponde a una página manuscrita del propio Calvino reproducida en Six Memos for the Next Millennium, Cambridge, Harvard University Press, © 1988.