13 de junio de 2012

El oscuro revés del tiempo: Piranesi 1


Giambattista Piranesi nace en 1720 cerca de Treviso. Es contemporáneo de Rousseau y Diderot, unos veinte años más joven que Tiepolo y Canaletto, y sólo de una generación anterior a Goya y Beccaria. Sus grabados, por tanto, nos hablan desde el corazón de la Ilustración. En ellos se plasman las dos facetas más salientes de su obra: la atención a las ruinas, en sus «antigüedades» y sus «vistas de Roma», y la fabulación de espacios imaginarios, en sus «cárceles». Son las dos caras de una misma moneda. Sin la labor anticuaria, el universo espectral de las prisiones parecería un delirio. No discerniríamos de dónde provienen los materiales que ahí reaparecen oníricamente transfigurados. Sin el hechizo de las cárceles, la representación de las ruinas parecería de un llano clasicismo académico. No intuiríamos la meditación subyacente sobre los estragos del tiempo en las formas.

Las ruinas de la antigua Roma, los arcos de triunfo vencidos por la agresión arrolladora de la naturaleza y la irrefrenable usura del tiempo, son el reverso oscuro y lúcido de la confianza ingenua y ciega en la marcha de la humanidad por la senda del progreso. Una confianza que tiene un doble, o una sombra, en la imaginación de la ruina y la catástrofe que nunca ha dejado de obsesionar a la modernidad. El sentido del fin no nace con el incendio de Europa en el siglo veinte. Está presente en la escatología cristiana, en filosofía de la historia de Hegel, en la formulación de la entropía de Carnot. Esa lúgubre clarividencia es un motivo tenaz y palpitante.


El imaginario de las ruinas de Piranesi es consciente del lado oscuro de la modernidad. En él se sugieren la fugacidad de la grandeza y el poder, el precio de la desmesura babélica, la acechanza de la naturaleza en todo documento de cultura, y sobre todo, la trágica fragilidad de cualquier presente que pretenda extender su imperio al pasado y al futuro. El olvido de la historia es destructivo. El sueño de la razón produce monstruos.

La fascinación por las ruinas se ha asociado en ocasiones a la nostalgia, a menudo despreciada como el refugio de quienes no han sabido entender la velocidad propia de los tiempos modernos. Pero existe también la ‘nostalgia reflexiva’, en la que el pensamiento y el deseo no se anulan, y los afectos no impiden el ejercicio efectivo de la crítica. Esta nostalgia que temporaliza el espacio, como hace Piranesi en sus grabados, es una inversión especular de la utopía. Una evocación responsable que impugna la rectitud de línea del progreso y le opone la discordancia de los tiempos, la no contemporaneidad de lo contemporáneo, y la necesidad urgente de atender a los estratos temporales en las arqueologías del futuro.

El tiempo así recobrado no es un origen perdido ni una identidad primera, no un bálsamo ni un consuelo. Es la promesa de un porvenir otro, que es también la de un presente de horizontes abiertos en lugar de un paraíso cerrado.

Para saber más, Andreas Huyssen: «La nostalgia de las ruinas», en Modernismo después de la posmodernidad, Barcelona, Gedisa, 2011.