Franck Bohbot, “The Bay”, Queens, Light on New York City, © 2016. |
Pero no fue esa prefiguración sombría lo que desencadenó mi viaje, sino la descripción vívida de los atardeceres rojos declinando hacia el púrpura al anochecer y de los edificios de ladrillo mudando el color como “una rosa roja se vuelve azulada al marchitarse”; también de esos barrios donde una vez hubo persistentes “vestigios de poesía, cristal mexicano, latón, batistas, lámparas hechas con botellas de whisky y primeras novelas hechas con recuerdos frescos”. Nueva York ha cambiado “de tempo y de temperamento” desde entonces mucho más que los tonos vespertinos. Pero todavía conserva su “fiebre esencial” y pueden auscultarse las vibraciones de otras épocas. La ciudad, como la poesía, comprime toda la vida en una pequeña isla y “le añade música y un acompañamiento de motores subterráneos”.
Franck Bohbot, “Italian Food Center”, Little Italy, Light on New York City, © 2016. |
Eso mismo debieron de sentir los italianos Michele Primi y Ciro Frank Schiappa cuando recorrieron sus calles en busca de la historia oculta del rock neoyorquino desde los sesenta a los ochenta, cuyos iconos a menudo forman parte de un tiempo en ruinas, pero aún no perdido. La memoria subterránea impregna la superficie cambiante de la ciudad y le transmite la fuerza primigenia que palpita en el subsuelo, donde nacen los rascacielos. Si logramos aflorar esas historias, los lugares se convierten en “espacios de tiempo”, como los llamó el poeta William Wordsworth, que nos transmiten el conocimiento local relegado tras las fachadas homogéneas de la hipercultura global.
Franck Bohbot (izquierda) y Ciro Frank Schiappa (derecha), “Apollo Theater”, Harlem, © 2016. |
Ciro Frank Schiappa, “Nathan’s Famous”, Coney Island, New York Serenade, © 2016. |
Ante las costas de América, escribió Scott Fitzgerald, “durante un momento mágico hubo de contener el hombre el aliento, frente a frente por última vez en la historia con algo proporcional a su capacidad de asombro”. Como si quisiera reproducir aquella emoción primera, Nueva York es hoy una ciudad “incontenible, mestiza, apabullante y contradictoria”, una ciudad que captura la imaginación como la ropa se pega a la piel un día caluroso de verano. Permanece con nosotros y su energía, sus vibraciones mantienen nuestros recuerdos frescos, que a su vez avivan nuestro deseo de volver. Según dice Alberto Gil en el precioso libro que ha concebido junto con el ilustrador Fernando Vicente, aún podemos aprender a convocar la presencia latente, espectral de los espíritus que habitan Nueva York entre la historia y el mito; a atravesar los estratos del tiempo hasta llegar a su corazón revelador. Seguir las trazas de otros pasos es la mejor forma de encontrar los trazos que habrán de esbozar los nuestros.
Franck Bohbot, “MacDougal Street desde Minetta Lane”, Greenwich Village, Light on New York City, © 2016. |