24 de diciembre de 2013

Volver


Concebimos, algunas veces, el tiempo como una flecha, y decimos entonces que es como el rayo que no cesa, que es fugaz e incluso vuela. Que se pierde y no se recupera. Otras veces, en cambio, el tiempo nos parece más un bucle, pues percibimos que vuelven los instantes y las cosas, como el día tras la noche o la vigilia después del sueño, como las estaciones del año o las vacaciones, como los aniversarios o las celebraciones, o como estas fiestas.

Cuando se nos aparece como una flecha, el tiempo a veces nos arrastra, nos hiere o nos deja en la cuneta, y queremos suspender su marcha buscando, como escribió el poeta, una pausa de amor entre la fuga de las cosas. Entonces nos reconforta que algunas cosas se repitan, que regresen a nosotros, y que podamos decirnos que ya hemos estado en ese sitio, que conocemos de antemano cuál será su reacción, que esto ya lo hemos hecho o que siempre podremos volver a intentarlo. Nos gusta poder dar ciertas cosas por sabidas, dejar de ajustar nuestras rutas y rutinas, y sentirnos en armonía con el respirar de los trabajos y los días.

Si nos hechiza la imagen del bucle, sin embargo, corremos el riesgo de ver el mundo bajo el signo de lo repetido. De empezar a salir a la calle sin mirar el entorno que ya conocemos, a dar por seguro cuanto hasta ahora nos ha acompañado y a las ilusiones por perdidas, a dejar de cuidar las amistades y de cultivarlas con esmero, a creer que siempre podremos recobrar un tiempo regresando a un lugar, a hollar la tierra de nuestra infancia sin reparar en la sorpresa que nos aguarda justo al lado de nuestras huellas. O a dejar de regar las semillas del tiempo.

Pero no, no podemos resignarnos a abrir los párpados con la vista cansada. No podemos creer que hoy no es más que otro ayer ni tampoco atisbar el mañana como si de un futuro pasado se tratara. Hoy es siempre todavía. Por eso tenemos que aprender que volver no es retroceder, sino proseguir, y que proseguir no es solo perpetuar. Volver no es hallar nuestro refugio de la memoria, sino reencontrar el estremecimiento, el temor y temblor de la capacidad de soñar. Por eso tenemos que sonsacar a lo que nos es más familiar su fondo de extrañeza. Desanudar lo cotidiano para desenredar lo maravilloso que esconde y guarda. Y sobre todo darnos tiempo y darnos vida: abrir en la brecha del tiempo otra posibilidad para la vida.

Porque para vivir el mundo no es suficiente el mapa de las lecciones aprendidas, ni bastan los ojos del recuerdo cuando no están encendidos por la chispa del deseo.

Hagamos de esa chispa un fuego.

Feliz 2014

De las ilustraciones: Mery Sales, Voces y Un instante, © 2010.